lunes, 1 de junio de 2009
Una plácida aventura
Luis Núñez
lobo3066@gmail.com
San Pedro Sula.- El arte de la diversión no tiene límites. Cuando se piensa en actividades de esparcimiento, fácil es decantarse por el fútbol, el motocross, las carreras de autos, visitar el “mall”, la playa, el restaurante, el cine, la discoteca, el teatro, el museo o algún parque antropológico.
A la aventura con la naturaleza le damos pocas posibilidades, quizá porque es difícil emprender algún proyecto recreativo si no lo conocemos o no aprendemos a deshojar su gusto.
A la insistencia de vecinos y amigos, aceptamos el reto de pasar un día en lancha para disfrutar de la naturaleza e iniciarnos al mismo tiempo como pescador, más bien aprendiz, al enterarnos de que en el Tapón de los Oros, en Baracoa, Cortés, a 30 minutos de San Pedro Sula, algunas personas prestan el servicio de andar en lancha todo el día por el río Ulúa, desde ese sector, hasta la desembocadura al mar, pasando por lagunas, canales y aldeas a las que sólo se puede acceder por el río.
Entre las comunidades que se recorren están Meroa Río, El Triunfo de Esquipulas las Champas, La Colman, El Ramal del Tigre, La Leona, Remolino del Tigre, El Trisagio, La Barra del Ulúa y Las Marías. De ésta última se dice que debe su nombre a que tras el primer censo poblacional, ése era el nombre más común.
El aroma de la frescura
Mientras se viaja sentado en lanchas con capota para 12 ó 16 personas, la frescura de la brisa y la pureza del aire sacuden el cabello, impregnan el cuerpo, aromatizan el olfato y animan el espíritu. Y sólo es el principio.
La grandiosidad de las aguas que saltan cuando la lancha viaja veloz ceden el protagonismo a la inmensidad de la flora y la fauna. No pueden faltar los animales imprescindibles como las vacas, gallinas, cerdos y cabras, especialmente en estos lugares donde junto al cultivo y la pesca estos pobladores viven alejados del mundanal ruido.
Pero si levanta la mirada, en los árboles, podrá observar pandillas de monos que vagan entre las ramas o descansan tranquilos en un día soleado. Y si baja la vista, e incursiona en uno de los canales o ramales del río, tal vez tiene suerte de ver a los esquivos y escasos cocodrilos.
Las que se vuelven más fáciles de apreciar son las tortugas mientras toman el sol; igual las iguanas.
Más llamativo es la variedad de aves y sus hermosos cantos, en la que destaca la llamada “mojaculo” o pato negro, un ave que si se espanta, mientras descansa en alguna rama sobresaliente de las aguas, siempre que levanta vuelo moja su cola en el río para salir volando.
También verá patos ala blanca, pichiche, gaviotas, garzas, chorchas y martín pescador, entre muchas aves.
Al recorrido ecológico se suman las plantas y árboles propios de la zona, además de la presencias de los pobladores locales que en cayucos de todo tipo a diario acarician las aguas del río para que éstas generosa les obsequie uno de sus alimentos preferidos. Igual usan sus embarcaciones para regresar a sus casas con la provisión de alimentos. En ocasiones, los lancheros sirven para mandar algún paquete a otro vecino entre las aldeas o realizar algún trueque de productos de sus cultivos y granjas.
Entre la cuerda y el sedal
Mientras se viaja en lancha podrá ir pescando con cañas que prestan los lancheros, o mejor si lleva la suya o lo acompaña algún amigo pescador. Antes, al llegar al lugar, los expertos han armados las cañas al poner en su sitio la cuerda, el carrete, el anzuelo y el sedal.
Los pescadores le enseñan lo elemental en el llamado “trolling”, una forma de pescar mientras la lancha navega luego de agregar un “engañador” al anzuelo, el cual los peces al ver en movimiento intentan comerse y a cuyos mordiscos deberá responder uno halando la cuerda con el carrete o “reel” mientras con la otra mano sostiene la caña.
De “engañadores” los hay de todos los colores y para todos los gustos. Los amantes de la pesca, cuales amuletos, incluso les ponen nombre y siembra su confianza en los que más pegan peces.
Tengo que decirlo, me he inaugurado usando el “engañador” llamado “miel” y el “color de rana”, he pegado dos indeseables chuntes o bagres marinus, los cuales se devuelven al río porque no son comibles, y un apetitoso róbalo, cuya felicidad de pescar es tan beneplácita como el día después que me lo comí frito, con tajadas, frijoles, queso y chimol. Es un gusto aparte comerse un pescado que uno ha capturado, porque a la satisfacción de cada bocado se unen las imágenes insignes de la travesía.
Otra manera de faenar es con la lancha detenida a las orillas del río. Se usa cuerda e incluso las cañas. Se arroja el anzuelo al agua pero usando carnada, así que no se olvide de llevar lombrices o camarones, o lo concerta con el lanchero. Así entre las plantas crecidas en el agua y las raíces de los árboles se sacan guapotes, congos, sábalo, machaca, tilapia y boca colorada. Los peces pequeños se devuelven a su hábitat.
Y una tercera opción de pesca, pero menos usada en esta zona, es la llamada “casting”, que es lanzar, hacia un punto determinado, el anzuelo con carnada por arriba del hombro cuando se divisa al pez nadando en la superficie.
Si es de los que no quieren regresar con las manos vacías, y lleva dinero, puede que en la barra del Ulúa se encuentre con algunos garífunas faenadores de mar y logre comprar peces de un metro o más de largo, muchísimos más barato del valor que los venden en los supermercados, si es así, llévese una hielera suficientemente grande.
Un gusto que germina
Si le aficiona la fotografía, el lugar es propicio para plasmar en imágenes este esparcimiento, desde el alba hasta el ocaso que con su color amarillento rojizo engalana la belleza de esta flora y fauna, de ese viento que revolotea en el cabello y se estrella en la cara y en el cuerpo, de los suspiros de complacencia al respirar aire puro y sentir aromas como un arco iris impregnando el olfato. Es evidente que la semilla por la pesca se ha cultivado entre mis gustos.
Quizá sea de los que no se conforma con no sacar un pescado, si así fuese, la aventura en sí de andar en lancha e intentando pescar no tiene precio, no hay forma de valorar ese momento. En mi caso, cinco adultos, dos de sus esposas, un hijo adolescente y un niño hemos reunido el dinero para pagar al lanchero, además para llevar comida y dos hieleras llenas de agua, refrescos y hielo, que en esta ocasión han regresado con varios pescados y con las inmejorables anécdotas, pero, sobre todo, han fortalecido una amistad y han acrecentado la complicidad por una diversión que ya no podré abandonar.
No todo oro es brillante
De todos los lancheros de la zona, el más conocido y apetecido por los viajeros es Adis Oro, apodado el “Narizón” y llamado así por todos pescadores y viajeros. Él prefiere su apodo al nombre.
Oro es un sujeto extrovertido, de palabra fácil, con el humor y el sarcasmo a flor de piel, de bromas sutiles y fuertes. Es un auténtico contador de historias, de ingenio rápido y de anécdotas interminables, un individuo locuaz que desbarata los intentos de aburrimiento, un entretenedor con la palabra; pero también es un experto pescador.
Precio
El alquiler de una lancha con capota por un día, entre seis de la mañana a seis de la tarde, anda entre 1,500 a 2,000 lempiras.
Recomendación
Es preferible llevar bloqueador solar y camisetas cómodas con mangas largas si quiere evitar quemarse.
Travesía
Una hora tarda viajar del Tapón de lo Oros hasta la desembocadura del río Ulúa si la lancha va a toda velocidad.
Seguridad
Todo tipo de carros pueden ingresar a la orilla del río donde están las lanchas. Y los puede dejar a una cuadra, bajo los cuidados de los familiares de los lancheros.
Contacto
Adis “Narizón” Oro
Teléfono: 97624042
Fotos Jorge Romero e Iris de Romero
martes, 26 de mayo de 2009
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